30.8.07

¡Femio!...

Una tarde en la que el sol se resiste a ocultarse entre las esporádicas pero densas nubes fui a entregar unos bocadillos a la casa de la señora M. Era muy joven aún, no tenía ni siquiera la mitad del enganche del restaurante, y hasta ahora no contaba con ningún socio. Cocinaba desde muy temprano sin bañarme, y a las tres en punto toqué el timbre de la casa, ya perfumada y con uno de mis vestidos favoritos. La señora M. me recibió el paquete, y me hizo pasar a la sala mientras buscaba el dinero para pagarme. Era una casa bastante acogedora, muy limpia, con piso de madera. Las paredes estaban pintadas con colores cálidos, naranjas y beiges, y unas cuantas plantas sin flores en algunas esquinas. El sol entraba a través del velo de las cortinas de gasa. Escuché unas voces y pasos dentro de las recámaras del primer piso. La señora bajó para entregarme el dinero, mientras me preguntaba por la salud de mi madre. Escuché que alguien bajaba las escaleras a mi espalda. La señora M. dijo –Anna, permíteme un momento, deja que la niña se vaya. Volteando para esperar encontrarme con una hija un poco mimada, descubrí el rostro de un hombre quien me miraba con una cara interrogante, que seguramente era el espejo de la mía. Era joven, y muy guapo. Me atrajo tanto su cabello oscuro, despeinado, su ceño fruncido, los hoyuelos de sus mejillas, que sentí una reacción sexual inmediata, poderosa; tanto, que llevé las manos cruzadas hacia la entrepierna, como deben hacerlo los hombres para cubrir una erección involuntaria, penosa.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gusto tu párrafo.