13.10.09

Manifiesto

La izquierda se me rompió cuando todavía no conocía a Marx. Tres fracturas que "sanaron" en un mes; pero que con cada anuncio de tormenta, duelen. Y me duelen porque, no soy patriotera, difícilmente patriota, pero me gusta mantener mi casa en buen estado, y me duele este país. Nací en México y nunca he ocultado mi identidad, cualquiera que ésa sea -reto a quien sea a definir la mexicanidad post octavius mortem. Jamás he creído en la apatía política. Desde antes de saber leer ya sabía de la Guerra. Crecí escuchando los versos del caminante llamado León Felipe, cargados de dios y de, por más increíble que parezca, tolerancia. Nunca fui católica, porque mi abuela me habló desde muy pequeña de Lutero y de la fidelidad a la "palabra de dios", según ella. Mis padres llaman por su nombre enciclopédico a cada una de las partes del cuerpo, por lo que pilín, pija, pito, chichis, bubis, concha, y otras palabras por el estilo las aprendí gracias a mis compañeritos de primaria. Jamás he robado un centavo. El poder es el poder, llámese democracia, monarquía, anarquismo, dictadura. El poder y sus sistemas siempre serán corruptos. Siempre, siempre he creído en la libertad -los libros, el arte pues, le pone alas a la imaginación, especialmente cuando, en su regazo, encontramos la inquietud y el placer desde la infancia. La libertad de pensar en lo que a una le venga en gana y la libertad de expresarlo es todavía un ideal, pero el arte es un buen vehículo para ello, especialmente las letras, la pluma como espada, decían en el siglo de oro. Eso sí, la estocada de una expresión debe ser calculada con base en el impulso con el que se ha hecho, proporcional al impacto y la respuesta de los demás. Cuando abandoné los brazos de mi madre para ganar la autonomía espacial aprendí que mi cuerpo es mío y es el vaso de mí misma -la forma en que aprehendo el mundo, lo que me sostiene y permite expresarme en todos sentidos [las enfermedades que he sufrido incluso coinciden con ciertos estados de mi espíritu] y la interacción con el otro, lo otro. Mi sexo es hermoso y disfrutable. Creo en el amor y el deseo. Sin embargo, eso no debe incumbirle a nadie, así como a mí no me incumbe lo que sucede en otras alcobas llenas de actos voluntarios. Me enferma cualquier tipo de violencia infligida fuera de una expresión artística -incluso a veces esa también me enferma si está nada más por estar. Estoy hasta la coronilla que los mismos mexicanos digan que vivimos en un país atrasado. Estoy también cansada de vivir en crisis. Nunca he vivido "los años dorados" en ningún trabajo. Hacer una lista de errores que nos han llevado a este punto es un perogrullo. Lo que sí sé es que hay mexicanos brillantes en todas las disciplinas mudándose a otros países, o simplemente mudándose, se quedan callados, aceptando las condiciones que las posiciones de poder les ofrecen aún por debajo de lo que es lo mínimo. Creo que el pueblo tiene el poder, y si el gobierno es como es, es porque el pueblo se lo permite. Y no nada más el gobierno, son todas las instituciones, compañías, empresas, sindicatos y demás organizaciones que creen que mediante el abuso, la corrupción, la cohersión, las amenazas, la violencia o el simple silencio nos tienen en sus manos. Estoy cansada de los "intelectuales"-que en México es casi requisito que para serlo seas "de izquierda", una izquierda más rota que mi brazo- que se quejan del atraso, la intolerancia y el imperialismo yanqui, y no hacen nada más, y a la menor provocación apoyan al sistema, de cualquier modo. Claro que, también es difícil gritar cuando tienes una pistola en la boca. Yo no sé si en otro país se viva mejor, pero sé que las peores tragedias suceden en el ámbito individual, y eso pasa en cualquier país. La injusticia, la intolerancia, la corrupción, la apatía y todos esos problemas de nuestro "atraso" son responsabilidad nuestra y de nadie más. De cada uno de los mexicanos. Siempre quise ser maestra. Creo en la educación como un sacacorchos que permite el flujo e intercambio de ideas, el nacimiento mismo de ideas. Las aulas son minisociedades, laboratorios ideales para verificar un vistazo de los Méxicos posibles. Los jóvenes son síntoma y consecuencia de lo que realmente sucede, no las noticias de la tele. No por nada se les compara con esponjas; esponjas ultrasensibles, perceptivas, abiertas todavía a las posibilidades. Mostrémosles esas posibilidades; que ellos tomen sus decisiones con argumentos, no con prejuicios. Tratemos de imitarlos un poco, a veces. Alimentemos curiosidad y bibliotecas, pongamos las posibilidades accesibles. Empecemos por nosotros mismos.