24.6.08

Sapo

Una noche tibia de febrero encontré un par de manos y ojos y brazos que, casi de inmediato, decidí hacer mi hogar. Un hombre que me llevaría, finalmente. El cabello más oscuro que jamás había visto. Los dientes, en cambio, los más blancos. Una sonrisa sincera en medio de una gran tristeza, los contrastes siempre me han atraido, ya estaba enamorada. En sus brazos encontré mi potencial matrimonial, familiar, maternal. Yo ponía su cabeza entre mis pechos como promesa de un futuro mejor, siempre allá, a la distancia, vas a ver, nos va a ir mejor, vamos a encontrar una solución, las cosas no son siempre así, es más fácil de lo que parece, juntos venceremos al mundo. Juntos seremos tu y yo, juntos envejeceremos. Juntos comeremos arroz todos los días si es necesario. Juntos haremos una familia de dos, no nos falta nada. Soy feliz, estoy enamorado, dijiste algunas noches entre mis cabellos desordenados. Siempre escuché lo que me decías cuando pensabas que dormía, pero nunca te lo dije. Yo pensé bastarte. Yo pensé que me bastabas. Yo pensé que te enseñaría a ver a través de mis ojos reformados. Yo pensé que te quedarías para enseñarme tantas cosas, para ayudarme tanto, para demostrar todo lo que siempre callo, y ya ves, ahora no quiero otra cosa mas que decirte tantas cosas, para que me contestes, no importa cómo, aunque sea mentando madres, aunque sea callándote y hojeando un libro, aunque sea mandándome a la chingada porque estás escribiendo y yo sólo estoy zopiloteando. Siempre me consideré afortunada por haberte encontrado, aunque lo haya hecho mientras tú estabas tirado en la banqueta, te dije tantas veces, yo pensé que te había levantado, que te había bañado y puesto ropa fresca, que te había dado una sopita caliente y acogido entre mis piernas, en mi corazón, en mis dudas y sobre todo en mis certezas. Ahora recuerdo el olor de tu aliento y tus axilas. Tu sonrisa eufórica de verme vestida de novia. Tu gesto de desesperación por los terrores nocturnos. La forma de tu boca cuando pronunciabas el francés. Siempre serás mi esposa, me dijiste. Jamás te olvidaré, te dije entonces y ahora sobra decirlo. Tu alas siempre fueron reales, pero siempre desconfiaste. Me amaste, lo sé. Te amé, lo siento. ¿Por qué no dejaste que entrara en tu corazón, si ya me tenías allí? Jamás olvidaré tus ojos como de la superficie de Marte, tus canas prematuras, tus pies chuecos, el sabor de tu sudor, la forma en que cada noche me mirabas quitándome el sostén, tus súplicas para que durmiera a tu lado, tus brincos al escuchar a Sepultura. Sé tanto de tí, sabías tanto de mí. Tus alas siempre estuvieron allí, no tenías porqué ponerlas a prueba. descubriste el misterio que para tí no lo era, siempre te consideré afortunado. Así nada más, Sapo. Mi sapo desmadejado, mi sapo hecho trizas, mi corazón despanzurrado, tu vuelo maltrecho, lo tuyo no es el aterrizaje, debiste de permanecer volando