27.10.11

Allemande, J. S. Bach. Sensaciones de la corte medieval.

Un roce de terciopelo. Las cuerdas de un laudero cotidiano. Olor a tierra aplastada por los pasos ágiles de unas monjas que, queriendo lo contrario, llaman la atención de los transeúntes. El rostro pálido y cautivo de una doncella que se asoma por una ventana abierta. Las gotitas de zumo a contraluz de una naranja exprimida combatiendo con el olor de la cebolla en la cocina llena de plumas del pato de la cena. Un jardín de lavanda entre los muros gruesos que encierran la ciencia y el misticismo. La piel sudorosa del caballo exhausto de la cacería. El mandil del herrero que resiste las gotas de cerveza derramadas a causa de alegres improperios lo mismo que el calor de la forja. El silencio en el que se sumerge la dama penitente al entrar a la catedral es igual al del niño amamantado en plena calle, a un lado del puesto de manzanas. El olor a humedad de los tejados. Un par de labios rozados por un primer amante. La costra del pan y la grasa del jamón dispuestos en la taberna a no ser desdeñados. Un saludo cortés entre dos peregrinos por la mañana. Un atardecer en la campiña de septiembre, amarilla. Una sortija de rubíes perdida. La risa de los niños que atienden al titiritero cansado de excomulgar. Los leños crispando en el hogar del señor arruinado...