15.12.13

Fan

Puse el OK Computer y me tumbé en la cama como lo hice hace 15 años, y no pude parar hasta escuchar ese "tiiiiiiiiiin". Fue el primer disco que compré con mi primer sueldo "formal". Acababa de cumplir 18 años, tenía el corazón roto y el futuro incierto, o más que de costumbre. Pero recuerdo que tenía una cosa: determinación.
Cuando fui al Mix Up de Satélite a comprarlo, lo pedí como el "Paranoid Android" –aquí es donde entran las primeras risas grabadas: y es que mi fanatismo es raro, como a continuación demostraré. Solamente estaba pensando en esa canción, y en aquel entonces, niños de las nuevas generaciones, uno era capaz de comprar un disco con tal de hacerse de solo una canción, aunque no era mi hábito. El vendedor seguramente escuchaba puros Caifanes, porque ni entendió de qué le hablaba. Supongo que vender discos es un poco como vender libros: Hay quienes consiguen el empleo para obtener los descuentos y porque no piden mucho logro académico; hay quienes nos aplicamos para leer –escuchar– gratis todo lo posible, lo más nuevito. Aunque sea viejo, pero reeditado, remasterizado, o en colecciones especiales. Hay que confiar en éstos últimos, los nerds: Los que saben reconocer un disco –un libro– por la imagen de la carátula, porque tal vez es el único dato que el cliente recuerda. En fin, lo busqué yo misma y sin que me impresionara mucho la portada, lo llevé a la caja, lo llevé en la bolsita de plático, lo llevé.
La primera canción que reproduje fue la dos, por supuesto. Luego me regresé a la uno, para escuchar –era mi costumbre con los discos nuevos–, los inicios de cada una; para luego seleccionar las que de golpe me gustaran más. Así hice con el Pop de U2, cuando mi hermano me lo regaló en mi cumpleaños, casi justo un año antes de esta compra, y que había esperado cuatro años después del Zooropa y dos desde  la probadita de Passengers. Entonces la primera que escuché fue 'Mofo', y luego la única que me causó gran impresión fue 'Gone'. Con el tiempo he aprendido a querer más ese disco, que al principio me pareció una gran decepción, y creo que fuera del soundtrack para The Million Dollar Hotel, Bono, Larry, The Edge y Adam bien se podrían haber separado o ser tragados por el océano después.
Entonces, 'Airbag'. No me sacudió. Cuando me enteré de la historia detrás, el accidente de Thom y así, creí que era una canción reservada para los fans from hell, cuya apreciación se obnubila ante la parcialidad. Ahora, por supuesto, es diferente. La he recubierto con un recuerdo de mañanas soleadas y paseos dominicales.
Y otra vez 'Paranoid Android'.
De 'Subterranean Homesick Alien' me intrigó el título. En aquellos tiempos la internet era una cosa terrible –o mis conocimientos de búsqueda eran muy limitados– y solo me enteré de la referencia a Bob Dylan años después. Además nunca fui cercana a Bob.
Luego el recuerdo de Romeo y Julieta y esa línea que aún me parece totalmente misteriosa y demoledora. We hope that you choke. La canción de las oclusivas, se le quedó el epíteto para siempre. Una de las ventajas de no lanzarse compulsivamente a la busca de información adicional sobre las bandas que uno aprecia es que puedes ir al cine a ver una película que por alguna razón te interesa –el argumento, el director, los actores–, te impresiona y zas, en algún momento suena una voz, una guitarra, un sonido familiar que no esperabas. Así con Romeo + Julieta: Un Romeo que cree estar enamorado escribe poesía frente al mar (por supuesto, el mar) y suena ‘Talk Show Host’; la canción que, según el conteo de iTunes, he reproducido más. El desenlace mortal de la historia en silencio. Comienza suavemente ‘Exit Music (for a Film)’, y si ya estabas conmovido, no hay forma civilizada de reaccionar ante la combinación de guitarra acústica y eléctrica, potencializadas con batería y bajo que hacen una aparición repentina, a la mitad de la canción. Ruidos extraños, como voces, como el conjunto de una multitud en un lugar público y encerrado, son dominados de nuevo por una única voz que dice ‘We hope that you choke’ como si fuera el mejor de los deseos.  Esa sorpresa en una sala de cine se me ha presentado con ‘Analize’, que da el golpe final a The Prestige,  toda la extrañeza que causa A Skanner Darkly, o el condimento perfecto para la escena de Children of Men y ‘Life in a Glasshouse’ que musicaliza el momento más hedonista y fraternal de toda la historia. Toser fresas.  We hope that you choke.
Así como si nada comienza 'Let Down'. Phil haciendo las delicias de esta hermosísima canción. It's so, so, dissapointing. One day I am gonna grow wings. Hysterical and useless. You gotta be fucking kidding me. Thom ejecutando sus propios coros, con esos agudos que solo le permito a él. Crushed like a bug in the ground. Hay canciones que son como la orilla de la alberca cuando empezamos a aprender a nadar. Hay canciones que te mantienen mentalmente sano. Hay canciones que hacen la decepción tan dulce que no puedes más que seguir intentándolo. Esta canción es la luz del sol temblorosa vista desde el fondo de la alberca. El remate, el re-mate, como salir de la atmósfera terrestre hacia el espacio en una lluvia de meteoriodes.
Hasta ahí, las había escuchado todas completas, y casi me levanto para repetir la cinco, pero la curiosidad me ganó y esperé a ver qué sorpresas como ésta me tenía preparado este grupo que, para este momento, ya estaba en la corta lista de grupos que integraban mi respuesta a la siempre terrible pregunta de qué musica me gusta. U2, R.E.M., Depeche Mode, Soundgarden, Pearl Jam rápidamente se vieron desplazados un lugar hacia abajo. No, en español casi no escucho, contestaba casi siempre. Si acaso los tacubos, Soda, pero solo algunas canciones, decía, para la desaprobación general de mis compañeros del heróico colegio de bachilleres no. 5. ¿Cómo, no te gustan los Caifanes? ¿No te gusta la trova? ¿Santa Sabina? ¿Mano Negra? No, ¡no!, más o menos, nop. La Lupe son cotorros. Fobia, soy sateluca y no niego haber tenido el Amor chiquito, pero sería como llevar unas papas sabritas a una fiesta en que dan tapitas de serrano como botana. Psí, escucho casi pura música en inglés.
Zeus tenga en su santa gloria a Radioactivo, que era el eje de mis gustos musicales, como lo había sido Rock 101. El cuadrante de mi grabadora Sony que aún conservo no se movía del 98.5, o noventa y ocho y medio, como se anunciaban.  Adoraba a prácticamente todos los locutores. Mi favorito, por supuesto, Jordi Soler: único compañero de innumerables noches en que de plano abandonaba la lectura de la Historia del español o el Libro del Buen Amor que me obligaron hacer durante la universidad para escuchar, con los oídos bien abiertos y los ojos cerrados, 'Satellite of Love'. En esa estación conocí los primeros discos de Radiohead y que también habían llamado mi atención, sobre todo la totalmente aniquiladora 'Street Spirit', cuyo significado no entendería sino hasta más de diez años después. Y luego los sencillos del Ok, que se volverían lo que llaman "himnos generacionales". ‘Karma Police’ en vivo es algo que no le deseo a nadie se pierda, ni por un momento.
'Fitter Happier' supe que no entendería nunca. Hasta un día del verano pasado.
A 'Electioneering' no le ha llegado su momento; sin embargo, qué gusto escuchar algún remanente todavía de The Bends. Y luego, ¿qué demonios es 'Climbing up the walls'? Esos gritos aterradores al final. Y como ironía perfecta, 'No surprises'. This is my final bellyache. Such a pretty song. Una canción de cuna.
Nunca abuso del adjetivo 'épico' porque conozco mis textos medievales. En esa primera escucha aún no conocía a los héroes como lo hago ahora. No tenía elementos para hacer un análisis del desarrollo de un personaje trágico: todos los intuía, así como intuía los riscos de Dover, las tragedias de la vida cotidiana adulta, el fin de los noventa, la pérdida de la candidez adolescente, las tragedias de la vida adulta. Las tragedias. Las intuía. Había olido el viento sobre el volcán en una nevada. Había amado y rechazado ese amor. Había visto de reojo un destino posible. O dos. Quizá tres. Tenía un mes trabajando en horario de oficina. Estaba sola -que no era novedad-, pero por primera vez consciente de ello. El futuro prometedor lo veía a través de una rendija. Elamordemivida había marchado a salvar el mundo, sin pasaporte, sin equipaje, sin dinero, con un manojo de ideales y besos y lágrimas prodigados por mí. Y Johnny me hacía esto. Una guitarra simple en el centro de 'Lucky' y la letra de 'The tourist'. Justo para pararse en el filo del risco y arrojarse como en cámara lenta. Años estuve confundiendo estas canciones, como si fueran una, como si fueran la primera y segunda partes de lo mismo; como años confundí al héroe con mi propio Odiseo, con mi propio deseo, con Odiseo rechazando ir a la guerra, con Odiseo escogiendo la inmortalidad. Confundí a Odiseo con Penélope. Hey, ma'am, slow down, canté muchos años.
'Tiiiiiiiiin', y fue como el chasquido de los dedos del hipnotizador. Salí del trance seguramente para entrar en otro: en el de la vida adulta. No, no es así. En trance, entrance, pero como fan de Radiohead, como fan de la vida.

12.11.13

Infierno --1---2---3---...---> Cielo

¿Te recuerdas cuando escuchaste por primera vez el brillo de las notas del 'Claro del luna'? ¿Te recuerdas cuando tuviste miedo al escucharlas? ¿Te recuerdas cuando te sentiste lo suficientemente grande y valiente para hacer de tus brazos el sostén de tu cocina? ¿Te recuerdas cuando pronunciaste por primera vez el nombre de Julio, no el padre? ¿Te recuerdas llorando a Rocamadour? ¿La primera vez que entendiste a Miles?  ¿Cuando compusiste un tango y no encontraste bandoneón? ¿Te recuerdas deshojando Rayuela para envolver lecciones improvisadas y perennes? ¿Te recuerdas sorbiendo tímidamente el cigarrillo ilícito en la azotea en una noche de noviembre? ¿Te recuerdas cómo pasaste meses decidiendo entre tantos libros, el que comprarías con la primer paga? ¿Cómo, perseguidora, cuelgas el universo alrededor de tu cuello y sales a la calle y te llaman por un nombre al que aspiras? ¿Te recuerdas la primera vez que alguno lo pronunció con los labios llenos de deseo, con los oídos llenos de Monk?

17.9.13

Las partículas subatómicas

Una partícula, una parte pequeña. De materia, de palabra. Las partículas hoy ya no son lo que eran. Están allí, indudablemente; pero no tienen materia, ni realmente "están". Hay cosas que suceden en el nivel más allá de microscópico que cuestionan las leyes de la física. Hay partículas de la lengua que crean palabras, todos los días. Hay guiños, hay muecas sutiles que significan un mundo, y cuestionan los diccionarios.
Las partículas lo conforman todo, y al mismo tiempo nos atraviesan, huyen de nosotros, las transferimos a los otros, a lo otro. No nos pertenecen, no nos conforman. El límite entre un ser y otro no está definido: ¿qué son músculos, qué huesos, qué es piel? Un arreglo temporal de esas partículas. ¿Qué son palabras, qué frases, qué declaraciones? Pequeñísimas transferencias que establecen relaciones. Pero si las partículas no son, ¿las relaciones sí?
La materia y el lenguaje se entremezclan para formar estructuras, tejen hilos finísimos y frágiles que unen lo que nos gusta llamar "sólido". Tal vez también lo que nos gusta llamar "permanente" o "verdadero". La esencia de una persona en la propia piel, ¿no es la presencia misma de la persona en cuestión? ¿No es, al mismo tiempo, su ausencia?
Una partícula colabora con otra y otra y otra, y pretendo que me doy a entender, que me doy a existir. La vida parece tan sólida y al mismo tiempo es casi nada, tal vez una coincidencia. La nada en relación con otras nadas, crea algo. Nunca para, todo es movimiento imperceptible: construcción y destrucción simultáneas. ¿Cuándo esas nadas se vuelven significativas? ¿Cuándo los silencios? ¿Cuándo los no estares?
Una red de silencios y ausencias crean el manto en el que me cobijo esta noche. Pero al final de cuentas, lo que le da la cualidad definitiva a una red no es el entretejido, sino los huecos que contiene, que la contienen.
La poesía, al final de cuentas, lo es por ese sistema de silencios y de vacíos llenos de todo. Así como este cielo que creo mirar, así como el mar, así como este beso y tu cuerpo que nunca se toca porque es tangible, porque está allí en su ausencia.
Tú y todas las partículas subatómicas, estos morfemas despeinados, el olor del no estar, todo mi yo atravesándote en palabras, atravesándome en tus silencios.

13.8.13

Sin(an)estesia



A la mierda todo yo quiero poesía no quiero decir cómo funciona de qué está hecha o ir persiguiendo el objeto de un afecto que no lo es y de serlo jamás lo sabré o peor aún al sujeto que me haga objeto de un pseudo poema cuyo edulcorante soy destinataria como del  anestésico que hace que la actriz porno abra más la garganta no esperaré no te esperaré este es el hoy ahora se me hace tarde no me estoy haciendo más joven voy a desangrarme oh te esperaría todo el año la década catorce años o veinte y ocho más tal vez en invierno tú y entonces entendería este ocaso y el derretimiento de las nubes superaría esta burocracia finalmente tomarías tu cerveza te levantes del rincón y me invites a bailar esta pieza que yo lo haría de puntitas aunque fuera de Dylan o los Tigres y otra vez el subjuntivo y mis lágrimas de este viento que no debería en verano y toda la poesía me cabe en esta yema del dedo que recorre tu hombro que no es tuyo sino mío porque yo lo creé y entonces desespero y la única solución muy estúpida tan estúpida que no merezco piedad es esperarte y esperar que pero considero que tú también y entonces nadie dice nada y hablamos del clima y la rutina y tememos al futuro que nosotros mismos no nos proveemos porque estamos llenos de futuro hartos de pasado y nos le escapamos en presente pero de subjuntivo como quien escapa por la ventana del baño en donde los mismos malos somos nosotros sin saberlo porque no habrá forma de saberlo hasta que un día tal vez este otoño no pueda contenerme y te bese torpemente en la barbilla o algún lugar extraño como el costado de la nariz y no se sabrá bien que ha sucedido y yo intentaré hacer como que todo fue planeado desde una noche de verano porque seguro que tú ya sabías que sería así y por supuesto no tenías ni idea y entonces sí que me desangraré si la respuesta no es la que sé o que espero que sea y volveré a prometerme que nunca lo haré más que mira que mal me ha resultado todo esto del amor y el deseo y la promesa de la felicidad y toda la poesía que he leído no ha hablado ni hablará nunca de mí realmente aunque yo piense durante un año o dos o tres o cuatro o cinco o catorce o veintiocho o más que toda la poesía habla de ti como si fuera mi misma voz fuera ella fuera de ella que se me mete me invade me ahoga a cada palabra engullida me abriré más me partiré más me dislocaré más como esa actriz porno que por supuesto sabía lo que le entraba sabía a lo que le entraba y batió un récord y entonces yo también me batiré en el registro y el archivo y sentiré que soy ella felizmente la puta de la poesía la puta poesía

30.6.13

Filias

Subí al metrobús y como simpre que se puede, me senté del lado de la ventanilla. Unas estaciones después se sentó a mi lado un señor -lo supe por sus pies y su pantalón- que rápidamente se escurrió en el asiento para que sus pies llegaran a colocarse debajo del asiento de enfrente. Traía sandalias. Puso los pies de forma que la señora sentada lo pisara, sin ella notarlo. Para mi sorpresa, no los quitó, como sería el impulso natural: por un momento pensé que se conocían y que le gastaría una broma. No fue así. La señora descendió, y pronto se sentó otra y mi compañero de viaje repitió la operación. Para mi segunda sorpresa, me preguntó si bajaría en la terminal. Seguramente adivinó en mi gesto un por qué. Me dijo que él sí, y que a veces se quedaba dormido. Mirando ahora sí su rostro -calavérico y agudo- le confesé mi filia: Es que a mí me gusta ver por la ventana. Cuando bajé del autobús, recordé esa consigna de la primavera del 68 en París, que Cortázar registró de una pinta: "Inventen nuevas perversiones, yo ya me cansé".

6.6.13

Freud

    Pues sí. Puede resultar bastante tedioso pero tardo una hora en llegar al trabajo. La mayoría de las personas evitarían mi horario: Tengo que salir de casa, a lo más, a las seis de la mañana. Hay días que entro más tarde, pero todo es diferente, más estresado. A las seis de la mañana el metro es hasta agradable: casi todo mundo va dormido, siempre hay lugar y no hay vendedores de discos con sus bocinas estentóreas. Se venden kleenex, galletas y cepillos de dientes -como si sospecharan que la mayoría de los usuarios aún no ha terminado su rutina matutina de higiene personal y por supuesto nadie va desayunado a esa hora.
    Después, debo tomar una camioneta que me deja justo en la puerta. Para llegar allá, debo atravesar una zona industrial redundantemente fea. Lo más terrible que he visto fue un señor, ya entrado en años, caminando desnudo en la banqueta desolada.
    Son ya cuarto para las siete, cuando voy por allí.
    Una mañana, hace como dos años, lo noté. Él estaba en una tienda de conveniencia de ésas que no cierran nunca: solo cierran las puertas, pero el servicio continúa. Sentado en una de esas mesas cuyas sillas están unidas por un tubo rectangular, leyendo el periódico, con un café a un lado. La cabeza totalmente encanecida, y una barba de ésas que podríamos encontrar, mejor, a principios del siglo pasado. El gesto, como dicen, noble. Como personaje, desentonaba de la circunstancia: parecía más bien estar sentado en un café de París, o ya de perdida, de la colonia Roma en un domingo soleado y tranquilo. Ajeno totalmente a la violencia del paisaje lleno de camiones y basura, el tránsito, el ruido y el ajetreo de las fábricas ya en funciones.
    Todas las mañanas, cuando entro a trabajar a las siete, debo -no puedo evitarlo- mirar si está allí. Y está. No sé por qué me gusta verlo allí sentado.
    Un día ya no estaba solo: lo acompañaba una señora, charlaban, reían -tuve oportunidad de ver la escena porque ese día el tránsito estaba especialmente lento. Sonreí.
    Así varias mañanas, hasta que llegó una en la que la señora estaba sola. Me angustié. Pensé lo peor.
    Hoy finalmente volví a verlo y sentí un gran alivio, como si me hubieran perdonado una deuda. Estaba solo, frente a su periódico y su café. El gesto noble. En mi cabeza, se llama Freud.

15.5.13

15 años



I
La primera vez que entré en un salón de clases como profesora de preparatoria -ya había terminado la universidad- puse mis libros sobre el escritorio y, mientras esperaba que se sentaran, un alumno se acercó a tratar de ligarme. Pensó que era alumna. Después, ese mismo alumno intentó dejar la prepa para dedicarse exclusivamente al fútbol; lo persuadí para que no lo hiciera. Terminó la prepa, jugó en el Monarcas, es ingeniero y tiene un hijo. Ah, y fue la estrella en la adaptación de _La verdad sospechosa_ que montamos en el mismísimo Teatro Juan Ruiz de Alarcón en CU.
II
Una alumna quería leer pero no le compraban libros porque "es una pérdida de dinero". Cuando les di una lista de lecturas para Lite Universal -de la que tenían que escoger un libro por unidad, y en cada una venían tres a cinco sugerencias- les dijo a sus padres que tenía que comprar TODOS, que la maestra era muy exigente y si no los leía iba a reprobar. Al año siguiente, en Lite Hispanoamericana, hizo lo mismo. Los papás querían hablar conmigo. La alumna me contó lo que les había dicho, y yo seguí el juego -sabía que el dinero no era problema, pues. Ese día hasta me fui vestida como institutriz del siglo XIX, saqué a relucir la arruga del entrecejo y usé mi voz más grave y el dedo índice derecho más que nunca. De no tener ninguno, la alumna se hizo de una bibliotequita de 50 libros.
III
Cuando daba clases de inglés me tocó un grupo con solo cinco tenientes, hombres. Las primeras clases fueron muy tensas. Ellos, pienso, dudaban de mi capacidad como profesora. Luego me escucharon hablando inglés con mis colegas y al menos se dieron cuenta que sabía el idioma. Luego, como era el nivel introductorio, llegó la clase en la que rompimos el hielo: Entré al salón, y con una sonrisita empecé tal cual decía el Lesson plan: ‘The goal for today’s class is to learn commands. Please repeat: Commands.’ Agregué, casi para mí: ‘Boy, you’re gonna love’em.’ Pasé media hora viendo cómo se daban órdenes entre ellos y siguiéndolas, del tipo: Stand up, sit down (una y otra vez), jump in one foot, touch your ears, etc. etc., muertos de la risa, los gorros sobre la mesa, con sus uniformes apretados y arrugados. A partir de allí, me recibían siempre con una sonrisa, la espalda recargada en la silla.
IV
Lo juro por Zeus: tuve un alumno Mara Salvatrucha. Y también reprobó. Pero me dijo cuáles rutas de transporte no tomar, qué zonas nunca visitar. Leyó, y le gustó, Gargantúa y Pantagruel.
V
La primera vez que di clases a un grupo de adultos era una chamaca de 18 años, con el corazón roto y con la ilusión de entrar a la Universidad; trabajaba en una biblioteca y en mis ratos libres hacía ejercicios de gramática y aprendía palabras que repetía en planas. Los alumnos eran estudiantes de la maestría en Ciencias de la Educación, y necesitaban a alguien que les enseñara redacción e inglés por casi nada. Les cobraba 20 pesos la hora, pero de allí aprendí casi todo lo que sé sobre pedagogía, psicología, el SNTE, la CNTE, la SEP, el sistema educativo y sus linduras. Yo les hubiera pagado a ellos.
VI
Posiblemente la primera clase que di en mi vida fue a los 10 años, en la primaria. La maestra que había llegado al final del sexto año de primaria no sabía bien cómo controlarnos, ni sabía muy bien la historia de México. Yo me la sabía porque mi hermana, que ya había entrado a la universidad, me la contaba cada vez que no podía dormir por las pesadillas o los miedos infantiles en la noche, en vez de los cuentos tradicionales. Era el tiempo en que los maestros obligaban a los alumnos a aprenderse fechas, nombres, lugares, y hechos de memoria, por lo que mi hermana era una experta en el descubrimiento del águila y la serpiente, las revueltas de la independencia y el inicio de la revolución –mi pasaje favorito era el del pípila. Mi maestra de sexto se confundía y desesperaba porque no le poníamos atención, así que yo pasé al frente a contarlo, como lo hacía mi hermana: como un cuento tranquilizador.
VII
Es seguro que mi abuela fue quien me indujo a ser maestra. Ella trabajó 60 años –empezó cuando tenía catorce– y casi siempre le asignaban el primer año. Era buenísima para enseñar a leer y escribir. De las pocas veces que la vi sonreír –era una señora que traía el desierto en las venas, era de Durango, pues– fue cuando le dije que estaba dando clases. ‘¿De qué?’, me preguntó mientras adivinaba mi silueta frente a ella –ya había perdido la vista casi completamente. ‘De literatura, abu.’ Y allí mismo presencié un milagro. ‘Enséñales a leer bien’ me comisionó.
VIII
Hay dos o tres formas para maravillarse cotidianamente. Una es a través del arte: Leer un poema, escuchar una canción, ver una pintura, bailar, ir a la cinemateca; la segunda, es atestiguar el instante exacto en el que a un alumno le cae un veinte en clase; la tercera, por supuesto, es descubrirse enamorado.
IX
De niña no me gustaba jugar a la escuelita. Ni siquiera si yo la hacía de maestra. Ahora tampoco me gusta jugar a la escuelita. Ni siquiera si la hago de alumna.
X
Es como andar en arenas movedizas, o navegar la mar sin mapas, únicamente con el conocimiento que se tiene de las estrellas. El futuro siempre es incierto, y dicen que está en nuestras manos. Enseñar tiene encerrado un misterio dentro de su significado, paradójicamente. Ningún día es igual a otro, y cada día es como subirse a una montaña rusa. Es intelectualmente desafiante y proporcionalmente gratificante. Detona la creatividad y la empatía. Es la promesa de Sísifo y la recompensa de Prometeo. No cambiaría ser maestra por nada en el mundo.
XI
Los maestros no somos nadie hasta que un alumno es alguien.
XII
Una “colega”, profesora de Biología en preparatoria, explicaba por qué los “adultos” no se pueden comunicar con los “adolescentes”: Según unos términos evolutivos que no sé de dónde sacó, el cerebro adolescente es muy diferente al de los adultos, porque “aún no se ha desarrollado completamente y están más cerca de ser primates que humanos”, dijo escupiendo amargura. Otro día, durante un receso, me platicó cómo no había podido encontrar un puesto donde “realmente pudiera desarrollar sus capacidades profesionales”. Siguió siendo maestra durante muchos años. Los alumnos aprendían bien la biología, pero ninguno la escogió como profesión.
En esa misma escuela, había un profesor de Matemáticas cuya esposa también era profesora, pero de preescolar, y cuya influencia en el marido era totalmente notoria y benéfica. Jugaba fútbol y básquetbol con los alumnos; en sus clases los alumnos de repente gritaban de emoción cuando resolvían un problema. Nadie se dedicó a las matemáticas puras, pero varios alumnos estudiaron ingenierías; y nadie, pero nadie, odiaba las mates.
XIII
Un alumno que evita un error ortográfico que solía cometer; un alumno que por primera vez lee un libro completo; un alumno que se da cuenta de que no toda la poesía es de amor cursilón; un alumno que empieza a preguntar por qué; un alumno que te lleva la contraria con argumentos fundamentados; un alumno que te pregunta algo de tu clase que no sabes; un alumno que escribe un ensayo que ya quisieras haber escrito tú; un alumno que disfrutó de tu clase; un alumno que le explica a sus otros compañeros lo que enseñaste las clases pasadas; un alumno que cambió una conducta negativa; un alumno que se sintió mejor y más completo después de aprender algo en tu clase –aun cuando sea ajeno a la asignatura; un alumno que usó algo de lo que le enseñaste en su desempeño profesional. Así deberían de desglosar mis cheques de pago.
XIV
Ojalá la vida fuera tan difícil como ser alumno y tan fácil como ser profesor.
XV
Soy maestra porque me gusta aprender; soy maestra porque he escogido el salón de clases como mi trinchera; mis actos terroristas consisten en sembrar ideas que exploten en la cabeza de mis alumnos. Soy maestra porque los alumnos son el termómetro de lo que pasa en el mundo real. Soy maestra porque me gusta serlo: se siente bien, todos deberían intentarlo alguna vez.

9.5.13

Inventario

2 o 3 ideas.
15 a 20 recetas con variaciones y ejecuciones probadamente perfectas.
1 canción de amor.
1 canción de cuna.
Algunos incontables momentos naranja.
Dos pares de zapatos para bailar.
8 poemas.
64 pestañas superiores, aproximadamente.
Un par de manos.
Tres cucharadas de café.
4 obras de teatro.
1 flor.
7 películas.
10 compositores.
1 carta.
1 pulsera.
Algunos cientos de sonrisas.
3 copas de vino.
11,5 minutos.
11,5 días.
26 letras.
2 perros.
1 gato.
3 mares.
4, no, 5 ilusiones.



1.5.13

Working Class Narcissus



My collar is blue
But my neck’s still red
My soul has to grow corns
As well as my middle finger
From writing
From pointing out that
I’ll work and I’ll pay taxes
-I’ll not be certain what good they are, though.
And yet
I won’t stop avoiding death
By reading a gloaming
And listening to the poetry
Of a speechless youngster
Who doesn`t know anything at all
About the daily insanity
Because he’s very busy
Falling in love with
his very own soul.