19.3.12

Unè pensèe à Franz Lizst. Alexander Glazunov. El silencio de la viuda.

Las viudas estamos condenadas a un interminable monólogo cuyo receptor es el marido difunto. No sé si suceda lo mismo con los viudos. Si una está cuerda, ese monólogo se mantendrá dentro de la cabeza de sí misma, con el ocasional comentario en voz alta pero siempre en soledad. Si se está cuerda, el marido no contestará, o lo hará en diferentes versiones. Probablemente así sea porque, si las cosas marcharon bien, ese interlocutor lo fue durante muchos años, y en la mayoría de los casos prestaba atención.
Cuando transcurre la muerte, las viudas vemos en los demás siempre al interlocutor equivocado. Hay que dar demasiadas explicaciones, no se entiende una igual con los demás, hay que hacer demasiado contexto, no se interpretan las sonrisas a la mitad ni los movimientos de las manos.
A las mujeres nos gusta hablar, y mucho. Los esposos callan y la mayoría de las veces escuchan. Responden con una frase corta y certera, o asientan con desenfado. Las viudas muchas veces se dan por vencidas. Los demás interpretan su silencio como parte del duelo. Las hay quienes jamás dejan de apelar al marido; habemos otras que nos quitamos esa costumbre que regresa en momentos de debilidad, como cuando nos damos de frente con la tristeza eventual, como cuando sentimos la auténtica soledad en la que ya no estás, amor mío.