2.11.08

Ofrenda

Lo siento, Sapo. No pude -o tal vez no quise- ponerte una ofrenda con dulces -las velitas que tanto te gustaban-, papel picado, las flores de cempasúchil, las velas en los candelabros de calaveritas, miel, pan de muerto, bolillos frescos, chocolate, cigarros, una canelita, una selección de tus libros -entre los que no podría faltar Bolaño y Fresán, la Garro, Rimbaud y Dante-, una libreta nueva, hartas plumas de gel negras, una foto de Bolaño y el manifiesto infrarrealista, una calaverita de azúcar para Alan y otra de chocolate para Erato, los juguetes de tu infancia, tu compacto de Chaos A.D., la estampita de San Jerónimo que jamás conseguí, la otra de San Charbel -sí, ya se que así no se escribe-, el vasito de agua y tres litros de leche; pero ya ves, sé perfectamente lo que debí de haber puesto -tú me conoces mejor que nadie, me dijiste. Yo te amaba. Me sigues doliendo. Mi ofrenda, más que esa combinación de amor y dolor son estas letras. Seguiré escribiendo. Pero dejaré de escribirte y pensarte en segunda persona. Noviembre ha llegado.