29.9.11

Mefisto Waltz No. 1. Franz Liszt. Enamorarse es un infierno de celos.

Yo la amo. De eso no cabe duda. La amo más que nadie la podrá amar nunca. Nunca se esperó que alguien la llegara amar así, por eso teme, por eso huye, se me escabulle de entre los brazos para serme infiel con el café matutino mientras cree que duermo, con el libro que lee intensamente desde hace unas horas; hasta con el maldito cigarro que fuma –toca más sus labios que yo, eso es seguro. No necesito tenerla cerca todo el tiempo, pero muero por verla cuando la rutina nos separa, cuando está con alguien más, apartándome de sus pensamientos, alejándome brutalmente; cuando nadie más la escucha como yo, como si cada palabra que pronuncia esa boca que debería estar consagrada a llamarme fuera una auténtica verdad revelada por primera vez en la historia de la humanidad, cuando sus ojos –esos ojos que reflejan mi rostro justo antes de besarla– se pasean por los paisajes que recorre a diario lejos de mí; cuando pasa la tarde a la espera de alguien que la hará reír, con esa risa que llena mis oídos cada domingo soleado, que resuena en las paredes de mi casa cuando la ataco con mis dedos que buscan esas explosiones de alegría que yo mismo recuperé de su alma perdida, cuando la encontré desconsolada y sin saber cómo reír; para que otros vengan y cosechen lo que yo he sembrado pacientemente. Yo la amo, y sé que ella me ama, aunque nunca lo dice, aunque a veces vislumbro su soledad inescrutable cuando calla y mira al vacío, aunque a veces no responde cuando la llamo, aunque a veces se lo digo y ella prefiere hablar de la película que pasarán en el cine, aunque no sea su primer amor, ni su gran amor, ni el amor de su vida; me ama, de eso cabe toda duda.