17.9.08

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Nunca me ha preocupado el infinito. Sencillamente se me figura como una pretensión si no esnob, por lo menos demasiado relacionada con Borges o las Matemáticas o la Física como para querer salir corriendo –zapatos en mano- sin mirar atrás. Me asumo como mortal, me asumo como mujer. El infinito me vale un cacahuate –en forma de ocho. Lo más cercana que he estado de tener una concepción lúcida y racional del infinito por el que todos circulamos es una conversación entre dos personas que, de tener dos opiniones supuestamente radicalmente opuestas, regresan al mismo punto pero de espaldas, haciendo imposible que alguno avance, mas que la apatía y el aburrimiento. Sin embargo… Nací en el 80. Éste es el 08. Un anagrama de posibilidades quiere atraparme en el infinito de las repeticiones, pero tal vez no rutinarias, si no de la continua muerte, resurrección y origen de nuevo en el que sólo debo conservar los recuerdos que ya se han transformado en historias un tanto ficticias, y ficciones que han sobrepasado a la realidad más cruel. El problema del infinito es que, siendo infinito, está determinado, y para mayor deleite de los mortales, en una curva, donde es imposible prever lo que en realidad acontecerá. El cero pasa por el mismo punto sólo una vez. El ocho, dos. ¿Estaré de gane?