15.9.08

Lamento y regocijo II

Bienaventurados sean aquéllos que, sabiendo la profundidad del océano y la distancia de la orilla, ambas inconmesurables, reconocen el azul infinito y la soledad gozosa, y no temen a las tormentas que los puedan perder, porque no hay más infinito que el infinito; y nadan, libres, desnudos, guiados por la calidez de un encuentro furtivo, un roce de miradas, un cántico espontáneo, una risa franca y escandalosa, hacia la belleza.