La lengua, concebida
como un sistema de representaciones que podemos considerar organizado, cumple
un número de funciones limitadas, según Jakobson, por la focalización del
elemento predominante en el circuito de la comunicación. Fuera de la función
emotiva (concentrada en el emisor), la referencial (contexto) y la apelativa
(receptor), las demás hablan per se
del acto comunicativo: la fática, metalingüística y poética. Es mucho esfuerzo.
La función más enigmática, contrario a lo que románticamente pudiera parecer,
no es la poética, sino la fática. Consiste en comprobar que se ha establecido
el canal de comunicación. Podríamos reducirlo a una cuestión física –si yo digo
algo en voz alta en mi casa, difícilmente me escuchará mi madre, en la suya.
Peor aún si se habla –o se hace el intento- con los muertos. Los ausentes no
escuchan, y es precisamente porque han decidido –o se ha decidido por ellos- no
estar. Entonces nos inventamos otros medios: el telégrafo, el teléfono, y otros
teles que aunque no lo lleven en el
nombre establecen la distancia en sus significados, entre emisor - receptor. A la distancia, me
comunico. No queda claro si esto establece también una "sensación" de cercanía.
Esto plantea, al
menos, dos problemas: El famoso “Te digo a ti, Juan, para que tú escuches,
Pedro” y lo que se puede englobar, un poco arbitrariamente, en la cuestión
epistolar.
Las cartas –y sus
versiones contemporáneas (correos electrónicos, mensajes en texto por
diferentes vías)- generalmente tienen destinatarios precisos. Es imposible –o
al menos mi conocimiento tecnológico no llega a saberlo- mandar un mensaje de
texto al aire, y que quiensea lo lea. Las cartas por correo “tradicional” deben
llevar un destinatario o serán devueltas al remitente. Pero existen las cartas
en botellas que, generalmente escritas por náufragos desesperados, arrojan a la
mar infinita con la esperanza de que alguno, quiensea, las lea y actúe
consecuentemente. ¿No hacemos eso cuando tuiteamos, actualizamos nuestro estado
o publicamos cualquier cosa en la internet? ¿No será que la mayoría de los
libros publicados a lo largo de toda la historia de la humanidad son botellas
al mar? Y digo la mayoría porque, como
bien sabemos, hay algunos que también tienen destinatarios específicos,
mentados o no en dedicatorias, o como en las famosas “etiquetas”.
El escritor que
centra su texto en el receptor es desdeñado por la literatura porque
precisamente desplaza a la función poética por la apelativa –íntimamente
relacionada con la propaganda y la publicidad– dejando en segundo plano los
procedimientos estéticos que en teoría deberían de ser su razón de existir.
¿Qué pasaría si un escritor focalizara el texto en saber si se le está leyendo;
o, mejor dicho, en saber si está logrando comunicar algo? ¿Se le desdeñaría igualmente por el simple hecho de que su texto se puede reducir a "¿Me escuchas?"
La mayoría de los
hablantes de una lengua tienen por sentado que, si el receptor posee la misma,
la comunicación será factible, realizable. Los poetas saben que esa lengua es
defectuosa y que no logra comunicar lo que se intenta en su estado “natural”;
los científicos la desprecian por completo y se han inventado el lenguaje de
las matemáticas para ello; (los lingüistas dudan secretamente que la comunicación
sea posible del todo) y el resto nos inventamos otros medios, tal vez más
burdos, desorganizados, imprecisos, en persecución de ese afán cruel: recurrimos
a otras lenguas, manoteamos, insertamos emoticones, enviamos flores, suspiramos
y fruncimos el ceño. La comunicación escrita funciona de una manera mucho más compleja. ¿Cómo comprobar el canal? ¿La botella del náufrago es abierta y leída su carta? ¿Se entiende que es una carta de náufrago?