14.3.13

Lección de Lingüística, segunda parte


La lengua, concebida como un sistema de representaciones que podemos considerar organizado, cumple un número de funciones limitadas, según Jakobson, por la focalización del elemento predominante en el circuito de la comunicación. Fuera de la función emotiva (concentrada en el emisor), la referencial (contexto) y la apelativa (receptor), las demás hablan per se del acto comunicativo: la fática, metalingüística y poética. Es mucho esfuerzo. La función más enigmática, contrario a lo que románticamente pudiera parecer, no es la poética, sino la fática. Consiste en comprobar que se ha establecido el canal de comunicación. Podríamos reducirlo a una cuestión física –si yo digo algo en voz alta en mi casa, difícilmente me escuchará mi madre, en la suya. Peor aún si se habla –o se hace el intento- con los muertos. Los ausentes no escuchan, y es precisamente porque han decidido –o se ha decidido por ellos- no estar. Entonces nos inventamos otros medios: el telégrafo, el teléfono, y otros teles que aunque no lo lleven en el nombre establecen la distancia en sus significados, entre emisor - receptor. A la distancia, me comunico. No queda claro si esto establece también una "sensación" de cercanía.

Esto plantea, al menos, dos problemas: El famoso “Te digo a ti, Juan, para que tú escuches, Pedro” y lo que se puede englobar, un poco arbitrariamente, en la cuestión epistolar.

Las cartas –y sus versiones contemporáneas (correos electrónicos, mensajes en texto por diferentes vías)- generalmente tienen destinatarios precisos. Es imposible –o al menos mi conocimiento tecnológico no llega a saberlo- mandar un mensaje de texto al aire, y que quiensea lo lea. Las cartas por correo “tradicional” deben llevar un destinatario o serán devueltas al remitente. Pero existen las cartas en botellas que, generalmente escritas por náufragos desesperados, arrojan a la mar infinita con la esperanza de que alguno, quiensea, las lea y actúe consecuentemente. ¿No hacemos eso cuando tuiteamos, actualizamos nuestro estado o publicamos cualquier cosa en la internet? ¿No será que la mayoría de los libros publicados a lo largo de toda la historia de la humanidad son botellas al mar? Y digo la mayoría porque,  como bien sabemos, hay algunos que también tienen destinatarios específicos, mentados o no en dedicatorias, o como en las famosas “etiquetas”.

El escritor que centra su texto en el receptor es desdeñado por la literatura porque precisamente desplaza a la función poética por la apelativa –íntimamente relacionada con la propaganda y la publicidad– dejando en segundo plano los procedimientos estéticos que en teoría deberían de ser su razón de existir. ¿Qué pasaría si un escritor focalizara el texto en saber si se le está leyendo; o, mejor dicho, en saber si está logrando comunicar algo? ¿Se le desdeñaría igualmente por el simple hecho de que su texto se puede reducir a "¿Me escuchas?"

La mayoría de los hablantes de una lengua tienen por sentado que, si el receptor posee la misma, la comunicación será factible, realizable. Los poetas saben que esa lengua es defectuosa y que no logra comunicar lo que se intenta en su estado “natural”; los científicos la desprecian por completo y se han inventado el lenguaje de las matemáticas para ello; (los lingüistas dudan secretamente que la comunicación sea posible del todo) y el resto nos inventamos otros medios, tal vez más burdos, desorganizados, imprecisos, en persecución de ese afán cruel: recurrimos a otras lenguas, manoteamos, insertamos emoticones, enviamos flores, suspiramos y fruncimos el ceño. La comunicación escrita funciona de una manera mucho más compleja. ¿Cómo comprobar el canal? ¿La botella del náufrago es abierta y leída su carta? ¿Se entiende que es una carta de náufrago?