24.7.09

Aunque ande en el valle de la sombra de la muerte...

Un río de lágrimas se llevó la ciudad construida de sonrisas, ladrillos de instantes brillantes de felicidad. Hoy queda una valle de pastos verdes, de flores moradas silvestres, en insectos misteriosos que se pueden escuchar en su constante búsqueda. Hoy nadaré en ese río, aunque la carne se me ponga chinita. Escucharé el fondo del agua y el sol deslumbrará mis previsiones. Saldré cuando la corriente me haya llevado a un lugar ignoto, nunca antes explorado. Tendré hambre y tomaré una siesta bajo el sol de estío. Sé que alguien me espera, pero me tomaré unos momentos a solas para contemplar mis extremidades, cansadas, aún jóvenes, femeninas, fuertes para volver a ponerme en pie y caminar y caminar, tarareando una canción nostálgica y bella, mientras me alejo hacia el horizonte, ese lugar que nunca es.

No intentemos el amor nunca

Aquella noche el mar no tuvo sueño. Cansado de contar, siempre contar a tantas olas, quiso vivir hacia lo lejos, donde supiera alguien de su color amargo. Con una voz insomne decía cosas vagas, barcos entrelazados dulcemente en un fondo de noche, o cuerpos siempre pálidos, con su traje de olvido viajando hacia nada. Cantaba tempestades, estruendos desbocados bajo cielos con sombra, como la sombra misma, como la sombra siempre rencorosa de pájaros estrellas. Su voz atravesando luces, lluvia, frío, alcanzaba ciudades elevadas a nubes, cielo Sereno, Colorado, Glaciar del infierno, todas puras de nieve o de astros caídos en sus manos de tierra. Mas el mar se cansaba de esperar las ciudades. Allí su amor tan sólo era un pretexto vago con sonrisa de antaño, ignorado de todos. Y con sueño de nuevo se volvió lentamente adonde nadie sabe de nadie. Adonde acaba el mundo.
Luis Cernuda, quien también escribía del mar