21.6.09

Mañana

Una se duerme con la idea que si el mundo no será el mismo mañana; al menos será reconocible. Pero resulta que llega un amanecer en el que te encuentras en un lugar extraño pero ligeramente familiar -los olores nuevos combinados con los viejos te juegan una extraña ilusión mental de recuerdos felices pero bizarros-, y abres la puerta y todo está patas arriba. Miras hacia tí y estás desnuda en el mismo lugar donde aún te reconocías -tienes los mismos lunares y las huellas de unos besos reales forman constelaciones alrededor de tu cintura-, pero algo se ha detenido: aún no sabes si es el tiempo, el verano, tu corazón o el viento: no, no se ha detenido, ha desaparecido: no, no ha desaparecido, se ha roto. Hay una grieta de aproximadamente 15 metros con dirección al oeste en la que hasta entonces había sido tu vida, y hay criaturas abismales que salen a flote, ciegas, torpes, que devoran todo a su paso, sin saber qué o si les hará daño -mientras en la ducha, desnuda, aguantas la respiración para sentir un poco de asfixia que te devuelva al mundo físico. Sorprendentemente, todo en esa mañana sigue siendo igual. El zumbido disforme de la ciudad reclama las víctimas de la noche anterior sin mucho alborozo. Es domingo, y la gente se prepara a pasear. Mientras, tratas de reconocer lo que vean tus ojos: jamás los has sentido tan ajenos. Tus pies llevan a cabo su función primordial excelentemente bien: te llevan a donde debes estar. Te mantienen de pie todo el día. Hay rostros de gente que, mejor no reconocer. No reconocerás a nadie. Verás, todo a cambiado, tú no eres la misma. Alguien abdujo, para siempre, aquella que fuiste. El rescate se exigirá diaro, cada vez que entres en la ducha, cada vez que una pepita de recuerdo se convierta en una veta de esperanzas abandonadas.