14.2.08

Eros vs Tanatos

Contra la muerte, el amor.

Réquiem

Mi antepasado más lejano acaba de morir. Mi abuela, Nohemí Rojas Herrera, de 90 o 91 años, dejó de latir el sábado pasado, en Durango, ante mis ojos. Muchos dicen que la forma en que mueres es representativa de la forma en que viviste. Mi abuela perdió la conciencia súbitamente, y hasta el último momento fue uno de los cerebros más prominentes que conozco, con una memoria extraordinaria. Mis primeros recuerdos que tengo del mar y la lectura están íntimamente relacionados con ella. En la Barra de Coyuca, mientras el resto de la familia se adentraba en el mar, yo tendría unos 4 o 5 años, mi trajecito de baño y mi abuela siempre con sus faldas largas y oscuras, una blusa con flores demasiado grandes y opacas, nos sentamos en la playa con las piernas extendidas, esperando a que cada oleada nos refrescara los pies. Yo tenía una playera que decía algo en inglés, y le preguntaba a mi abuela el sonido de cada una de las letras. Cuando llegamos a una h intermedia, ella me dijo, tajante, que esa letra no sonaba. Yo en mi confusión no advertí una ola que nos mojó hasta la cintura, y en el fondo negro de la falda de mi abuela quedaron cristalitos brillantes de arena, como miles de soles en su regazo. Su descendencia no será tan multitudinaria como la de Abraham, pero sí muy diversa. A mi abuela le debo mi amor por el misterio de las letras.