23.1.12

La máquina y el instrumento

Mi cuerpo es un reloj impreciso que registra las ausencias. Hoy, por ejemplo, se ha generado un reporte de unos cientos –probablemente miles– de parpadeos entre los que no apareció tu reflejo intermitente en mis pupilas.

Mi cuerpo es un astrolabio miope que mide las cercanías lontanas y el infinito en menos de una cuarta. Por si fuera poco, enmaraña estrellas con destellos de sonrisas.

Mi cuerpo es un anemómetro con complejo de rehilete que lleva una niña corriendo por el parque. Las turbulencias, no obstante, a veces hacen sangrar las rodillas.

Mi cuerpo es una brújula testaruda cuyo norte muchas veces está hacia el sur.

Mi cuerpo es un osciloscopio en cuyos ejes intentó reencarnar Fred Astaire, pero cuyas ondas son la silueta de un mohicano punk.

Mi cuerpo es un luxómetro quisquilloso fotoresistente inadaptable a escalas de luminosidades débiles, porque se descalibra con el aburrimiento y la sordidez.

Mi cuerpo es un sextante místico que confunde el horizonte con la muerte.

10.1.12

Concierto de Aranjuez: Adagio. Manuel de Falla. El escultor de cantera y la gitana.

Nací en una gruta, frente a la Alhambra. Mi piel es morena, mi cabello negro. El latir de mi corazón son los dedos del guitarrista tamborileando la caja. Agita todo mi ser, como una piedra que se tira al centro de un estanque. La roca hosca se siente como suenan algunos de los acordes de las cuerdas. Un escultor de cantera sabe que, bajo esa rudeza, se esconde la suavidad de las formas curvas de, por ejemplo, una flor. Mi corazón no es duro, es áspero.

Un viento del Este agita la falda de una gitana de pie. Mientras sus ojos sempiternos escudriñan el horizonte, la longura de sus cabellos señala mi destino. El contorno dorado de la sierra se difumina, como cualquier fortuna, casi imperceptiblemente al atardecer. El cielo se abre al azul imposible. Se oyen, muy a la distancia, los ladridos que persiguen los cascos de un caballo sobre el empedrado. Los acordes trazan las callejuelas que he recorrido intrincadamente en miles de notas que evocan siempre el mismo tema: el momento en que esa morena, acostumbrada a la vista del desierto, encontró el infinito entre los confines de las murallas que se convirtieron mis brazos, cuando ella misma se convirtió en guitarra.