3.12.11

Quinteto para piano en Sol menor -Preludio, Dimitri Shostakovich. La patinadora.

El frío sonroja sus mejillas. La sensación en cualquier otra circunstancia sería desagradable. Pero aquí se agradece. El cuello, los brazos, las piernas se alargan. La pequeñísima faldita se ondula a la voluntad del viento, como una bandera, que ella misma provoca al describir una curva que parece infinita mientras toma la cuchilla del patín derecho con la mano izquierda sobre su cabeza. Baja el pie y en un santiamén ya está girando, creando la ilusión de un ocho alargado. Por su mente suceden secuencias de notas, de saltos, de recuerdos del olor a humedad y palomitas de la primera pista en la que cayó en la cuenta que patinando era el único momento de soledad que verdaderamente añoraba. La superficie blanca no oponía ninguna resistencia, por el contrario, se ofrecía toda a recorrerla entre ángeles, entrecruces y movimientos dramáticos de las manos que ha aprendido tan bien en sus clases de ballet complementarias. Una coreografía melancólica pero juguetona. Eso es patinar en hielo, al final de cuentas. El calor de los músculos respondiendo a los movimientos ensayados, el fuego de las entrañas expandiéndose a través de los nervios oponiéndose rotundamente a la tristeza que acompaña el invierno de lagos congelados, de miradas nostálgicas a través de una ventana. La libertad no se entiende hasta que se recorre una pista deslizándose a toda velocidad, adueñándose del cuerpo mismo, del aire que lo circunda, de las notas al piano. El corazón conquistado por una misma.