22.12.11
Lo mejor es no enamorarse de un hombre que escribe
Porque si a pesar de todas las advertencias –especialmente de tu familia, cuando sepan que algo tramas con ese “bueno para nada” sensiblón, y peor aún, pobretón– te enamoras de un hombre que escribe, ya ni mencionar si escribe poesía, y en los tiempos que corren en los que ya nadie la lee y mucho menos compone sonetos –argumento que él defenderá como que por supuesto la poesía está en otra parte, que quién quiere medir sílabas y construir grandilocuentes hipérbaton que no hablan de violencia, el amor en la posmodernidad o mejor, encuentros sexuales no convencionales– acabarás viviendo de sobras y demandas: El hombre que escribe dedicará acaso unos instantes para cogerte, –y de qué manera– para luego reanudar su actividad tan demandante. A veces escribirá poemas sobre tu espalda desnuda. Entablarás luchas eternas cuando trates de empatar con la vida cotidiana; la casa estará hecha un cochinero, permanentemente habrás de vaciar los ceniceros desbordantes y recogerás botellas de los lugares menos esperados. Por supuesto, el refri vacío, con excepción de lagunas cervezas. Un hombre que escribe no baila, así que vete olvidando de todos esos lugares a los que solías ir a divertirte. Si acaso hubiera dinero para ir al cine, prepárate para ver una película que te causará mareos y una angustia terrible. Él te tomará de la mano y apreciará tu sensibilidad explicándote el mundo a partir de los ojos de un mendigo. Tú entenderás en ese momento que serías capaz de ponerte la manzana en la cabeza si te lo pidiera.
Sin embargo, a pesar de que a veces llegue a parecerlo, nunca serás su musa; ella será una de dos: una ex amante por la que descubrió sus habilidades literarias o de plano, la mera poesía –es decir, algo tan abstracto y perfecto que acabarás dándote por bien servida cuando, de vez en vez, te lea un poema con rastros de amor que seguramente solo tú intentarás desmenuzar.
Huye, huye del hombre de gesto adusto, pluma en mano, sin mirar atrás; antes de que te conviertan en estatua de mármol o de desperdicios reciclados.
3.12.11
Quinteto para piano en Sol menor -Preludio, Dimitri Shostakovich. La patinadora.
27.10.11
Allemande, J. S. Bach. Sensaciones de la corte medieval.
29.9.11
Mefisto Waltz No. 1. Franz Liszt. Enamorarse es un infierno de celos.
14.8.11
Open spaces, Jonny Greenwood. The desert murderer.
A woman's perfect, young skin ripping into two reveals what is true, the only truth. The surprise is warmly received by a fountain of thick red liquid, as if the body had been separated from everything, and the only way to express itself was to produce some kind of fluid.
I, on the other hand, am absolutely dry, though I am still sweating, and with blood in my veins – I can feel it specially running inside my head, pounding, hammering the sides of my forehead. It seems I have gained some kind of power which drifts me apart from all human need, yet the thirst pricks me up from the back of my head, and I am to answer the impulse to create a source to quench my craving.
Now, I will turn into dry, red sand, and will be blown away like a scab which wouldn't heal, dry and thirsty, like the desert which conceals in the open all the urges no one will confess.
8.8.11
Nocturno 1, Chopin. La señora de las medias de seda.
Mi rutina era simple, pero elaborada y absolutamente constante. Retocar el peinado, cuando no tocaba la usual visita al salón. Tratar de quitar un poco del olor a humano que nos recuerda nuestro apego a este cuerpo que así, es lamentable. El perfume que con sólo un par de gotas duraría varias horas, sublimando lo que la feminidad debe resaltar: cuello alargado, pechos turgentes, entrepierna recóndita. Lencería hecha a la medida, de los mejores materiales. Ah, y las medias de seda ajustadas con el liguero. Vestido, tocado, zapatos y guantes. Un poco de colorete para esos días pálidos que agonizaban entre conciertos y cenas importantes.
Tuve un marido. Murió al poco tiempo que comenzara esta guerra absurda. Creo que todas lo son. Hasta es absurdo decirlo. Gustaba desvestirme con aún más cuidado del que yo ponía al ataviarme, como si fuese un ritual innecesario pero que mantenía la civilidad de los encuentros íntimos. Civilidad que ahora también se ha perdido, junto con la ilusión de esa intimidad que se posa alrededor de dos amantes abrazados, solos, sudorosos y que, sin tener encima más que una sabana, se sienten más arropados que con las mejores pieles que llegué a poseer.
Tal vez si hoy recuperara alguna de esas medias, de esas pieles, sentiría que recupero la dignidad de señora que alguna vez fui. Tapar de la mejor forma esta vergüenza, que a la luz del atardecer se hace un poco más soportable al reconocer en el horizonte un anochecer largo y silencioso en que, al fin, podemos no mirarnos a los ojos, hacer como que no vemos, como al inicio de este desastre que ha traído la ruina de esta ciudad, de este país, de la humanidad, de mí misma.
Leipzig, Mayo de 1945.
26.7.11
Del alba al mediodía en La mar, de Debussy
El bote se divisa a como un pequeño monstruo amigable. El sonido de sus pasos sobre las maderas del muelle lo despiertan por completo a esa nueva vida. Saluda al resto de la tripulación, ahora es uno de ellos. A bordo, todos ya han comenzado sus labores, listos para zarpar. Él corre de un lado a otro cargando cuerdas, siguiendo instrucciones. El bote comienza a alejarse de tierra. El motor de la embarcación hace un ruido constante, su corazón comienza a querer salírsele del pecho. Casi no se sienten las olas, es como si se deslizara sobre el agua. Un grupo de aves parece competir con la embarcación, cruzando el cielo en el que ya se divisa un tono rosado.
El chico se asoma a babor. Corre hacia la proa, el gran gigante amarillo se comienza a divisar en el horizonte de expectativas, que anuncia un nuevo día, mientras aprueba la iniciación del ahora hombre que entorna los ojos en la proa del barco pesquero, con esa mirada –esa mirada que se ha asomado al infinito– que enmarca los pensamientos insoldables de un marinero.
25.7.11
7a. de Beethoven, 2o. movimiento
Un bosque europeo -austriaco, por obvia referencia- en un atardecer en el que languidece -languidecer, buena palabra para contextualizar el romanticismo- el verano. El verde de la hierba como alfombra de unos gigantes de negras piernas que, a lo alto, se pierden en el gris de la niebla.
Aparecen, marchando -o caminando con solemne paso- unas figuras oscuras a una distancia no tan corta. Podría ser un cortejo fúnebre. El propósito desmerece al no cargar ningún ataúd. Todo parece quedarse inmóvil ante la escena, ni una hoja se mueve de lugar.
Repentinamente aparece una doncella -otra palabra romántica- cabalgando un corcel negro. El cabello rojizo flota por la velocidad; las mejillas rosadas se encarnan mientras resisten el viento frío que las ataca. Ahuyenta el cortejo que abre paso, como cuervos asustadizos, sorprendido, de aquella visión inaudita.
Se reacomodan los ropajes y los sombreros al alejarse la negra figura, mientras corcel y doncella desaparecen en la niebla. En esos bosques, tales encuentros no son raros, pero siempre extraordinarios.
El grupo continúa su marcha, alejándose en un horizonte no tan lontano, mientras el bosque reanuda su aleteo leve de hojas e insectos.
18.2.11
Relatividad
11.2.11
Auténtica Gramática para Misántropos.
Misántropo. Es aquél que, después de admirarse largamente -y aprobar casi
todo sobre sí mismo- encuentra que el resto de la humanidad a), es aburrida en
comparación con su inteligencia audaz y veloz; b), no podría enseñarle algo que
no supiera de antemano o cuando menos sospechara, o que le fuera útil de algún
modo; c), no es necesaria en función de sus actividades y anhelos cotidianos;
d), es de aspiraciones cortas o banas, y por lo tanto de puntos de vista vacuos,
superficiales o inexistentes; y e), en general aparenta ser más
feliz pero porque vive engañada.
Así es que la Auténtica Gramática ha eliminado, por considerar innecesaria cualquier explicación y uso de esos elementos que la lengua empleada por un misántropo verdadero jamás echará mano, por ejemplo, la conjugación de los verbos en la primera persona del plural -es decir, nosotros-, la segunda tanto del singular como el plural -excepto en el modo imperativo, especialmente en los restaurantes- y la tercera del singular -él, ella, eso, usted.
Así pues, prácticamente se podría resumir que las conjugaciones estrictamente necesarias son la primera persona del singular -yo considero, opino, digo, juzgo- y la tercera del plural -ellos, pobres bastardos.
No será necesario incluir aquellos adjetivos para describir personas tampoco, porque el auténtico misántropo sabe cómo es y sus cualidades, aunque excelentemente descritas, siempre serán menospreciadas por los demás. Por si fuera poco, es totalmente irrelevante querer enumerar las cualidades de otros -acaso solamente con el propósito de enfatizar alguna carencia intelectual.