¿Ha notado usted cómo en los últimos tiempos el vocativo ha
perdido su uso casi por completo, exceptuando quizás las madres que insisten en
interrumpir las actividades filiales con un grito que va más allá de la capacidad
humana, especialmente si se trata de una casa de dos pisos, para llamar a los
críos a comer? Es un verdadero lío explicarles el caso vocativo a los alumnos
de etimologías, cuando también difícilmente aprehenden el nominativo.
Pareciera que el acusativo ha triunfado más allá de la
morfología en el español actual. Para demostrarlo, solo basta con poner atención
en el habla de la gente –estuve a punto de escribir coloquial, pero ya se han
visto casos en el “habla culta” o por lo menos en lo que nos quieren hacer
creer que es un modelo–, y la manera exacerbada en que utiliza el pronombre
reflexivo, como si todo se les hiciera a ellos, todo es personal: “Te me
desesperas muy rápido”; “Me desayuné muy temprano”; o el terrible “Díceselo” –
del que ni siquiera estoy segura de la ortografía.
Por otro lado, los textos académicos que evitan, a toda
costa, afirmar algo en primera persona. Yo misma latigueo a mis alumnos cuando
empiezan un ensayo por el famosísimo “Yo creo que…” –claro, que no tanto como
cuando empiezan con “Bueno,…”. Debe haber un punto en el que se tenga la
autoridad suficiente como para poder afirmar algunas cosas desde la primera
persona, y del singular. El plural es todavía más molesto: no se sabe si la
persona que escribe –o habla– es como un esquizofrénico tipo Gollum. El peor de los casos, esas personas que siempre van
de dos en dos –y que generalmente tienen una relación romántica, de amistad, o
me han tocado ya los hermanos que todo el tiempo están juntos– que se les hace
imposible narrar cualquier actividad en singular, lo que, además de hacer
patente la soledad de uno que escucha, disuelve la personalidad del emisor.
Es evidente, pues, que tenemos miedo a invocar. Por muy absurdo que
esto parezca. Llamar en auxilio era lo que hacían los poetas para iniciar sus
textos, encomendándose a las musas. Se invocan los derechos establecidos por
las leyes, por la razón; cosas poco desdeñables. ¿Qué pasa cuando escribo sin
nominar, sin invocar, tirando la carta en la botella al mar sin esperanza
alguna de que sea encontrada y abierta, leída y que de alguna forma sea contestada?
La réplica más rápida podría ser el caso de los diarios; sin embargo, un diario
–así funcionan– son registros personales, en cuyo caso el mismo autor es el
receptor del mensaje embotellado. Y si creemos en eso de que elmismohombrenocruzaunríodosveces,
está lista la respuesta. Siempre hay la expectativa de un lector, aunque sea un
instante; luego, elaboramos los mensajes con cierta predisposición hacia ese
posible receptor. Algún guiño, consciente o no, tendrá el discurso. Tú lo
sabes.